“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” — Efesios 4:32
El apóstol Pablo nos recuerda en este pasaje que nuestra vida cristiana no se mide solamente por lo que creemos, sino también por cómo tratamos a los demás. La benignidad y la misericordia no son simples emociones pasajeras, sino decisiones conscientes que reflejan el carácter de Cristo en nosotros.
Ser benigno significa tener un espíritu dispuesto a hacer el bien, incluso cuando no recibimos lo mismo a cambio. Ser misericordioso es aprender a ver más allá de los errores y comprender las luchas de los demás. Y perdonar… quizá sea el desafío más grande, porque toca lo más profundo de nuestro orgullo y dolor. Sin embargo, Pablo nos muestra la base de todo: perdonamos porque Dios ya nos perdonó en Cristo.
Cuando recordamos el perdón que hemos recibido —inmerecido, completo y eterno— entendemos que no tenemos derecho a retener amargura en nuestro corazón. El perdón no es debilidad, es una expresión de la fuerza del amor de Dios en nosotros.
Hoy podemos preguntarnos: ¿Hay alguien a quien necesitamos perdonar? ¿O quizá necesitamos abrir nuestro corazón para mostrar misericordia en lugar de juicio? Que este versículo nos inspire a vivir con un corazón tierno, dispuesto a amar, sanar y reconciliar, tal como Cristo lo hizo con nosotros.
