Un pastor llevaba a su rebaño por un sendero angosto entre montañas. El sol se ocultaba y la sombra comenzaba a cubrir el camino. Las ovejas, inquietas, avanzaban con temor, pero cada vez que escuchaban la voz del pastor y veían su vara, se calmaban. No porque el valle dejara de ser oscuro, sino porque confiaban en quien las guiaba.
Así también caminamos nosotros en la vida. Hay días llenos de luz, pero también hay valles donde la sombra parece más larga, más pesada y más silenciosa. David conocía esos momentos cuando escribió:
“Aunque pase por valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.” – Salmos 23:4
Este versículo no niega la existencia de valles. Todos atravesamos momentos de dolor, incertidumbre, pérdida o soledad. Pero David aprendió una verdad poderosa: el miedo pierde fuerza cuando reconocemos quién va caminando a nuestro lado.
La presencia de Dios no elimina el valle, pero transforma nuestro corazón dentro de él. Su vara y Su cayado representan guía, corrección, protección. Él no te deja avanzar a ciegas; Él va delante de ti, sosteniéndote cuando flaqueas y levantándote cuando sientes que no puedes más.
Tal vez hoy estás caminando por un valle oscuro. Tal vez no ves salida o te preguntas cuánto más podrás soportar. Pero escucha esta verdad: Dios no te deja solo en el valle. Él lo atraviesa contigo, paso a paso, susurrándote: “No temas, Yo estoy aquí.”
El valle no es tu destino, es solo un lugar de paso. Y con Dios, saldrás más fuerte, más firme y más lleno de fe.
Oración
Señor, gracias porque tu presencia me acompaña incluso en los momentos más oscuros. Aunque mis fuerzas fallan, tú sigues siendo mi pastor, mi guía y mi protección. Te entrego mis temores, mis cargas y mis valles. Camina conmigo, fortalece mi corazón y dame la paz que solo tú puedes dar. En el nombre de Jesús, amén.