Un viajero caminaba por un sendero de montaña cuando de pronto una tormenta se desató. La lluvia caía con fuerza, el viento lo empujaba y el camino parecía perderse. Pero en medio de la oscuridad, vio una pequeña cueva donde pudo refugiarse. No era grande, pero era suficiente para protegerlo hasta que la tormenta pasara. Allí entendió que, aunque había peligro, no estaba desamparado.
En la vida también enfrentamos tormentas que llegan sin avisar: problemas familiares, cargas emocionales, enfermedades, pérdidas o preocupaciones que nos hacen sentir que el suelo se mueve bajo nuestros pies. Y es allí donde la promesa de Dios en Isaías 43:2 se vuelve más real que nunca:
“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás.”
Dios no promete ausencia de pruebas, pero sí garantiza Su presencia constante. Él sabe que pasamos por aguas profundas, por ríos que intentan arrastrarnos, por fuegos que parecen consumirnos. Pero su mensaje es firme: No estarás solo. Nada te destruirá mientras yo esté contigo.
Tal vez hoy estás enfrentando algo que te supera, algo que parece más grande que tu fuerza. Pero recuerda: si Dios va contigo, las aguas no te hunden y el fuego no te quema. Él es tu refugio, tu fuerza y tu sostén. La tormenta puede ser fuerte, pero Su presencia es más fuerte aún.
Oración
Señor, gracias por recordarme que no camino solo. En cada agua profunda y en cada fuego intenso, tú estás conmigo. Te entrego mis temores y mis cargas, y descanso en tu fidelidad. Fortalece mi fe y dame paz en medio de cualquier tormenta. En el nombre de Jesús, amén.
