Imagina un hombre que decide mantener su casa limpia. Cada mañana barre, sacude y perfuma el lugar. Pero un día deja una ventana entreabierta, y poco a poco el polvo y los insectos vuelven a entrar. No importa cuánto limpie, si deja abierta la puerta, la suciedad regresará.
Así es el pecado: no basta con arrepentirse una vez, hay que cerrar las puertas por donde entra.
El pecado no se vence con fuerza humana, sino con una **vida guiada por el Espíritu Santo**. Romanos 8:13 dice: *“Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.”*
Dios no nos pide perfección inmediata, sino **rendición constante**. Cada vez que elegimos obedecer, fortalecemos el espíritu; cada vez que cedemos a la tentación, alimentamos la carne.
Jesús mismo nos mostró el camino: cuando fue tentado en el desierto, venció con la **Palabra de Dios**. No discutió con el enemigo, no razonó, simplemente declaró: *“Escrito está”*.
Vencer el pecado comienza con reconocer nuestra debilidad y depender del poder de Cristo. 1 Corintios 10:13 nos recuerda que **Dios siempre da una salida**, nunca nos deja sin escape.
Si hay un pecado que te ha hecho tropezar, no te condenes, pero tampoco te acostumbres a él. Ora, busca la fuerza en la Palabra, aléjate de las ocasiones de caída, y permite que el Espíritu Santo te renueve cada día. La victoria no llega de una vez, sino paso a paso, de rodillas.
**Oración:**
Señor, reconozco que sin Ti no puedo vencer. Fortalece mi espíritu cuando la tentación se acerque. Cierra las puertas del enemigo y enséñame a vivir en santidad. Que cada día tu gracia me levante y tu Espíritu me sostenga. En el nombre de Jesús, amén.
