Romanos 7:19-20 dice: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.”
Este pasaje revela una de las realidades más profundas de la vida cristiana: la lucha interior entre el deseo de obedecer a Dios y la inclinación al pecado. Pablo, un apóstol lleno del Espíritu Santo, no esconde su batalla. Él mismo confiesa que, aunque anhela hacer el bien, muchas veces termina cayendo en lo contrario.
¿Te identificas con estas palabras? A veces decidimos perdonar, pero la herida sigue doliendo y guardamos rencor. Queremos orar con disciplina, pero el cansancio o las distracciones nos roban el tiempo. Prometemos controlar nuestras palabras, pero volvemos a herir a otros con lo que decimos. Esta lucha no es una señal de derrota, sino una confirmación de que dentro de nosotros hay un nuevo corazón que desea agradar a Dios, aunque la carne se resista.
El apóstol nos muestra que no se trata de vivir en condenación, sino de reconocer que necesitamos depender cada día de Cristo. Él es nuestra fuerza en medio de la debilidad. El pecado habita en nosotros, pero no tiene la última palabra. La victoria no está en nuestras fuerzas, sino en el Espíritu Santo que nos capacita para vencer.
Hoy, recuerda esto: no estás solo en tu lucha. Cada vez que tropieces, levántate, confiesa tu necesidad y corre hacia Jesús. Él conoce tu fragilidad, pero también te ofrece su gracia transformadora. El mal que no quieres hacer puede aparecer en tu vida, pero el bien que anhelas solo se alcanzará en comunión con tu Salvador.
Que este día vivas consciente de esa batalla, pero aún más consciente de la victoria que Cristo ya ganó por ti en la cruz.
